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31-10-2018

Agregar valor en origen, industrializar la ruralidad

Por Gustavo Traverso

El modelo agroexportador del macrismo es la versión maquillada de aquel viejo modelo que la División Internacional del Trabajo le asignó a la Argentina en el siglo XIX. Producir las materias primas de origen agropecuario para dotar a los países centrales de insumos alimenticios que ellos no producen. Ese modelo se mostró inviable ya en 1930, cuando Argentina contaba con tan solo 12 millones de habitantes.

A pesar de esa evidencia, a lo largo de nuestra historia dicho modelo solo fue interrumpido en parte por los gobiernos  populares que intentaron revertir la tendencia primarizadora (con éxitos relativos). La dificultad para obtener divisas suficientes para desarrollar el modelo industrialista siempre fue una limitante para definir una estrategia de mediano y largo plazo de industrializar la ruralidad.

En las últimas décadas, Argentina ha podido sumar a las ventajas competitivas que le da la altísima productividad de sus tierras, la ayuda de los paquetes tecnológicos que permiten un salto intensivo en los rindes, que se potencian con la incorporación de nuevas extensiones de tierras a la producción agrícola.

El resultado de este salto tecnológico es la altísima concentración del negocio en pocas manos. Los agronegocios hoy dominan el centro del debate de la economía argentina y aquella contradicción entre ser el Granero del Mundo o el Supermercado del Mundo parece inclinarse definitivamente hacia el primero, promoviendo una tendencia difícil de revertir si se deja a las fuerzas del mercado libradas a su suerte. Peor aún si todas las medidas fiscales y económicas tienden a desincentivar la producción de alimentos y a incentivar la producción de commodities con destino a los mercados internacionales.

En los inicios del Siglo XXI, con la irrupción de China, India y otros mercados demandantes, se produjo un crecimiento enorme de los cultivos de granos, fundamentalmente de soja. Todas las otras actividades fueron perdiendo espacio por la alta rentabilidad de los cultivos de soja. La lechería, la producción de carnes de pollo y cerdo, la ovicultura, las horticulturas y varias producciones regionales fueron desplazadas por la fuerza de la primarización y la demanda mundial de proteínas de origen vegetal para transformar en sus países en proteína animal.

No cuestionamos la racionalidad de venderle al mundo lo que éste demanda, entiéndase bien. Pero señalamos que la función del Estado es generar las condiciones para que estas oportunidades se conviertan en un impulso al desarrollo estratégico y a la inclusión de todos los argentinos a las bondades del progreso. Desde las usinas liberales se referencia siempre el caso de Australia, pero a la hora de diseñar políticas más parecen pensar en países africanos.

Porque este modelo librado a su suerte, también genera perjuicios. Por ejemplo, debido a su alta eficacia, reemplaza una masa tal de mano de obra rural que no es absorbida por otros sectores de la economía y se convierten en un problema estructural para el Estado. Gran parte de los profundos cambios culturales que hoy se observan en el interior de la Pampa húmeda (muchos de ellos lamentados por los sostenedores del modelo) tienen su origen en este desplazamiento.

Las consecuencias de su profundización son la muerte de cientos de localidades, el aumento de la pobreza y el desplazamiento de las comunidades rurales hacia los cordones de las localidades intermedias, la pérdida de los saberes y, lo que es peor aún, la pérdida de la soberanía alimentaria de nuestro país.

La gran influencia de las multinacionales que manejan desde la semilla y los agroquímicos hasta los puertos y los mercados internacionales, se propone hoy avanzar aún más en la integración del negocio a través de la sanción de la Ley de Semillas (también conocida como Ley Monsanto), la disminución de los costos laborales y de logística, etc.

Este proceso se puede tornar irreversible si el Estado no toma cartas en el asunto. Las consecuencias del mismo pueden ser letales para los argentinos. Concentración y extranjerización del negocio, pérdida de la seguridad alimentaria y pérdida de la soberanía alimentaria, con la única compensación de aumentar exportaciones primarias cuyas rentas serán fugadas del país sin transmitir bonanza alguna.

Para revertir este proceso las fuerzas del campo popular debemos proponerle al pueblo argentino un modelo superador, que revierta la primarización y establezca las bases para un desarrollo sustentable del sector con base en el crecimiento de la agroindustria. El restablecimiento de un sistema de retenciones segmentadas (por tamaño del emprendimiento, zona geográfica y distancia la puerto) a las producciones primarias y la formación con estos fondos de un instrumento financiero moderno, que tenga como único objetivo promover la industrialización de las materias primas en origen. Industrializar la ruralidad, federalizar la industria, crear arraigo y desarrollo a lo largo de todo el país.

La Argentina debe establecer un régimen de Promoción Industrial con fuertes estímulos financieros para  el desarrollo de miles de Pymes en el sector. El mismo debe estar orientado a empresas que quieran desarrollarse en el interior del país. Subsidio a la energía, quita de impuestos nacionales como IVA o ganancias, provinciales como ingresos brutos, reintegro de exportaciones, u otras que se consideren necesarios.

Es imprescindible que nuestro Proyecto Nacional vuelva a interpelar a las comunidades del interior de nuestra Pampa húmeda con una idea superadora, que incorpore a miles de emprendedores y productores pequeños y medianos al sueño de una Argentina desarrollada, integrada geográfica, social y productivamente. Como lo pensaron miles de gringos como mis abuelos, que se organizaron en las Cooperativas Agrarias y construyeron herramientas solidarias como la FAA. Los mismos que hicieron el Grito de Alcorta.

Es lo que nunca harán nuestros "liberales". Pero también es la tarea inconclusa de los gobiernos populares. Y viene desde el principio de los tiempos de esta Argentina: el primero que se dio cuenta, el primero que propuso agregar valor en origen, el primero que nos enseñó a pensar desde nosotros mismos, fue Manuel Belgrano.

Habiéndose cumplido ya 142 años del debate que diera Carlos Pellegrini en el Congreso Nacional al discutirse la Ley de aduanas, y citamos a un destacado dirigente de la generación del ‘80 a fin de intercambiar ideas con nuestros compatriotas sin falsas divisiones impulsadas por ingenierías mediáticas contrarias a los verdaderos intereses de la ruralidad.

Es hora de realizar una relectura histórica de esa discusión que parece habernos detenido en el tiempo y que produzca una síntesis y un programa consensuado que logré desarrollar las fuerzas productivas de nuestra tierra en beneficio de los 44 millones de argentinos y argentinas.

Gustavo Traverso es senador provincial por Unidad Ciudadana – FPV.

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