tiempo del oeste

03-08-2021

A 100 años de la desaparición de Lugones

Por Jorge Pablo Rosolen

Viernes, 6 de agosto de 1921. América, provincia de Buenos Aires.

El viento de agosto sopla envolviendo al pueblo en una nube de polvo.

Los rincones de la imprenta son prácticamente invisibles, la mala iluminación y el humo de muchos cigarrillos fumados en las dos últimas horas ayudan a que la escena sea difusa.

El tipógrafo está terminando de armar las planchas con la nota que saldrá en el periódico de mañana mientras piensa: “¿Cómo es posible que lo hayan matado y a nadie le importe?, ¿o es que el miedo los tiene a todos paralizados? A los del Partido puede ser pero, ¿y los contras?, ¿los radicales?, siempre denunciando, siempre dispuestos a mostrar las debilidades del Partido, ¿Por qué no lo hacen?, las pruebas no son un problema, basta con dos hombres fuertes con una pala cada uno, ahí está el cadáver, en los fondos del Club Social; eso dicen las malas lenguas, que lo enterraron en el patio.T al vez tienen miedo de que los maten a todos… no, no, si son parecidos, son primos diría, los del Partido y la contra son muy parecidos, funcionan como los odios de familia, se odian un poco y se quieren otro poco. Se necesitan. Bah, no siempre, en época de campaña no pueden estar a menos de cien metros unos de otros. Hasta yo ando armado en esos días, hasta yo que no soy capaz de degollar una gallina.”

La lámpara de la esquina se balancea peligrosamente, el viento de agosto, seco y frío la hace rechinar. La garita ubicada en el centro de la intersección de las calles está vacía a esta hora las cinco de la tarde, el milico se está tomando su ginebra reglamentaria en el Club Atlético con los jefes del partido, de los dos partidos. Las tardecitas son para la camaradería y los negocios, y la política, siempre está presente la política.

“¿Cómo pudieron matar a Lugones? ¿Ahora quién va a pensar y actuar en nombre del pueblo, de los más necesitados? Era el próximo intendente clavado, por mas diputado que fuera ahora, estoy seguro que volvía a ser intendente, solamente él puede…, podía gobernar este pueblo. Tantas peleas y diferencias entre los del partido, solamente él podía manejarlo. El problema es que sin él se pueden venir los de la contra, pero no les importó parece, mucho no les importó.”

Desde la ventana se vislumbran apenas los cuerpos en el bar “Sportsman”, la ginebra fluye con la conversación, hay poca gente. Los martes siempre hay poca gente.

“Un doctor, ¡se le animaron!, un diputado, un ex intendente, taparon el escándalo. Pero lo mataron. Es por poder, y por plata, siempre es por poder y por plata.”

El busto de Bernardino Rivadavia ubicado en el medio de la plaza apenas se ve, la iglesia en construcción es un santuario de sombras, sólo las luces de la comisaría ayudan a los pocos transeúntes a ubicarse en la oscuridad aumentada por el polvo que vuela. Las jóvenes plantas de la plaza se tuercen y quejan por el esfuerzo de mantenerse arraigadas; del lado del hospital, apurando el paso viene un sulky traqueteando por la calle.

América en las noches de agosto es un pueblo fantasma. Las tres mil almas que lo habitan intentan estar en sus casas; algunos, muchos en los clubes y boliches; cuando oscurece el pueblo es territorio de hombres que van combatir el aburrimiento, la monotonía y el cansancio que asoma al final del día de trabajo. En algunas casas todavía se llora a Lugones, al doctor, al médico, al dirigente; en otras brindan por su ausencia. En los comités políticos velan las armas para la elección que se avecina.

El tipógrafo del periódico “El Imparcial” termina su trabajo, la tapa de mañana dirá: “Se cerró la investigación por la desaparición del Doctor Ambrosio Lugones luego de tomar el tren que lo llevaba a la ciudad de La Plata; no se ha podido develar el misterio, no obstante autoridades provinciales afirmaron que quedará un comisario en comisión por si aparecen pruebas que ayuden a esclarecer este caso. La consternación y el dolor  continúan presentes en Rivadavia.”

Lentamente apaga las luces de la imprenta, se pone el saco, se acomoda el sombrero, prende un nuevo cigarrillo y abre la puerta, sale al exterior ventoso y se aleja camino al club Social, su figura se desvanece en la oscuridad de la noche.

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